El avance del comunismo en Latinoamérica está
directamente relacionado con el incremento del narcotráfico. Sin embargo, la complacencia y el rudimentario
civismo de la población la han llevado a distanciarse de la política y su
evidente irresponsabilidad los induce a votar sin conocer el candidato o sus
propuestas. Hemos ignorado la admonición de Giovanni Sartori, el experto en
Ciencia Política que vivió en Florencia entre 1924 y 2017. El decía: “El pesimismo es peligroso
porque nos lleva o induce a la rendición; pero el mal lo hace el optimismo o el
tranquilismo, que conducen a no hacer nada”.
Ello
explica el crecimiento regional de “cuatro jinetes del apocalipsis” que avanzan
imparables: Pobreza, corrupción, comunismo y narcotráfico, lo cual se viene
gestando hace varias décadas. Todo comenzó durante la dictadura de Fulgencio Batista
en la Cuba de 1950. Por entonces, “la Perla del Pacífico” era un país
relativamente próspero con seis millones de habitantes; su PBI per cápita era
tercero en la región, después de Venezuela y Uruguay; su economía dependía de
una gran elaboración de caña de azúcar que exportaba casi toda a Estados
Unidos; también producía cacao y tabaco; 76% de la población sabía leer y
escribir, cuarto índice de alfabetización en América Latina. Batista se
enriqueció durante sus gobiernos de 1940-4 y 1952-9 y su dictadura produjo un
marcado divorcio entre el campo y la ciudad; en la vida rural se duplicó la
mortalidad infantil y 60% de tres millones de campesinos carecían de agua,
servicios sanitarios o electricidad. La dictadura permitió el enriquecimiento
de las empresas americanas y la oligarquía cubana. Finalmente, la revolución
derrocó al dictador y en 1959 los cubanos recuperaron su libertad, pero su
líder pronto abrazó el comunismo y entonces, el pueblo perdió nuevamente esa
libertad.
Concluida
la Segunda Guerra Mundial, sobrevino la “guerra fría” donde se enfrentaron el
capitalismo y el comunismo. Con los años, el improductivo sistema de gobierno
adoptado por Cuba, no tuvo más remedio que solicitar el auxilio económico de
Rusia, el que se prolongó hasta que mermaron las reservas del gigante. Entonces
Fidel adoptó el narcotráfico como tabla de salvación, hasta que años después
fuera rescatado por los petrodólares de Hugo Chávez. Este y su heredero Maduro
destruyeron Venezuela hasta que también tuvieron que recurrir al narcotráfico
para solventar la escandalosa corrupción que mantenía una población empobrecida
mientras la cúpula gobernante amasaba cuantiosas fortunas. Los Cuatro Jinetes
se fueron extendiendo a Nicaragua, Bolivia y, más recientemente, ocuparon
Ecuador, Brasil, Argentina, Chile, Perú y Colombia.
No
obstante los avances del comunismo internacional, la resistencia democrática
recuperó temporalmente Ecuador y Brasil, si bien el gigante sudamericano se ha
sometido ahora al padrino de los “lava jato” y al ominoso Foro de Sao Paulo.
Afortunadamente, el Perú ha
presentado una férrea resistencia democrática respaldada por sus valerosas
fuerzas armadas, aunque la gran mayoría anticomunista ha mantenido su
acostumbrada parsimonia cívica, tan peligrosa como irresponsable. Por
otro lado, la educada ciudadanía chilena ha reaccionado positivamente a su
error inicial. Incluso en Argentina se avizoran tiempos mejores para
recuperarse gracias a un nuevo liderazgo político.
Falta,
sin embargo, la lucha contra la corrupción, donde Latinoamérica figura
pobremente entre un total de 180 países, según la publicación anual de Transparencia
Internacional, creada en 1993 en Alemania. Entre los peores, Venezuela y
Nicaragua ocupan los puestos 177 y 167, respectivamente; Honduras, Guatemala,
Paraguay, México, Bolivia y República Dominicana figuran entre los puestos 157
y 123; Perú, Panamá y Ecuador igualan en puesto 101. Las excepciones son Costa
Rica, Chile y Uruguay, quienes ocupan los puestos 48, 27 y 14, respectivamente.
Es altamente probable que, para el próximo reporte anual (enero 2024) nuestro
país habrá retrocedido significativamente.
Lastimosamente, el narcotráfico es el brebaje
venenoso que temíamos en marzo 2019 cuando afirmábamos que ello ocurriría con
la asociación de comunismo y corrupción. Hay
varias satrapías sudamericanas que funcionan como narco-estados. México,
Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia son claros ejemplos. Recientemente
asesinaron al candidato presidencial Fernando Villavicencio en Ecuador, lo que
nos hizo recordar los magnicidios de Galván en Colombia (1989) y Colosio en
Tijuana (1994). Hoy, cuando tenemos tantos gobiernos izquierdistas corruptos,
el crimen organizado afecta notablemente la inseguridad ciudadana y, ante la
lucha democrática para frenar el comunismo internacional, es preciso alertar a nuestras
fuerzas armadas y policiales para frenar con energía las hordas delincuenciales
asociadas al narcotráfico y a las crecientes cifras de pobreza.
Todo
gobierno comunista como el que aún no hemos terminado de erradicar, ha
preparado alrededor de la pobreza el caldo de cultivo que envenena a un pueblo
engañado y carente de suficiente cultura como para liberarse y permitirle crecer
con libertad y desarrollo. A los peruanos, no nos queda otro camino que involucrarnos
en la reacción democrática, liderados por políticos que depongan la búsqueda
aislada del poder y elaboren un plan de gobierno que nos permita derrotar a los
“cuatro jinetes” aludidos e ingresar al primer mundo. ¡Los jóvenes a la obra y
los viejos honrados y capaces a apoyarlos! Aquél que se contenta con poco,
nunca encontrará el progreso.