¿El
Perú está en peligro? ¡Claro que lo está! A fines de Octubre, el gobierno
mantiene la economía en piloto automático, mientras insiste en un
asistencialismo que solo trata los síntomas de la pobreza. La inseguridad
ciudadana sigue afectando a la población y las autoridades deambulan perdidas
en un mar de improvisaciones. Todos los días observamos a los traidores de la
patria, caviares unos y rojos calatos los demás, alimentando el odio entre
peruanos y pretendiendo detener el progreso y el desarrollo social, a vista y
paciencia de un gobierno timorato y de políticos empequeñecidos por sus bajas
pasiones. En este caótico escenario, el narco-senderismo continúa cobrando
vidas de jóvenes militares. En Educación, una incipiente reforma se quedó a
medio hacer y ha retrocedido lastimosamente. La Salud sigue ignorada y el Poder
Judicial permanece cautivo por una corruptelas e impericia general. Salvo
honrosas excepciones, los políticos mantienen una improductiva existencia,
aunque bien remunerada. Ahora discuten sobre el indulto a Fujimori: Corruptos
criticando la corrupción de siempre. Distinguidos juristas opinan que la
condena judicial solo se convirtió en venganza política.
La
preocupante realidad arriba descrita provoca naturalmente la búsqueda de
soluciones. En el 2011 los peruanos demostramos
no ser buenos electores. La mayoría de votantes conformaban tres agrupaciones
progresistas, pero sus líderes, cegados por mezquinos intereses, fueron
incapaces de buscar el bien común, dejando al país en manos inexpertas. Uno de
esos líderes, vergonzosamente, se trepó al carro ganador.
En
España el Pacto de la Moncloa de 1977 fue la tabla de salvación de un país
destrozado civilmente, con una inflación del 47%, un desempleo que no se podía
medir por el éxodo masivo de sus ciudadanos y con severas restricciones a la
libertad de prensa. El Perú del 2011 experimentaba todo lo contrario. Y, sin
embargo, los comicios se enfrentaron sin la preparación cívica que podría haber
cambiado la historia que ahora vivimos.
Hace
décadas que padecemos la ausencia de partidos políticos organizados
democráticamente. Abundan los caudillos, a cual peor. Como se dijo, los buenos
políticos son la excepción a la regla. Por otro lado, esperar que nuestra
paupérrima Educación mejore, es una meta a largo plazo. Es evidente que para el
2016, las esperanzas del pueblo descansan en un Frente Democrático
cuidadosamente constituido por personas competentes, con experiencia e
intachable conducta. Desde luego, es imprescindible que los cuadros deben
abocarse a desarrollar la organización y las reformas fundamentales para la
buena marcha del país, comunicándolas al público con antelación, a diferencia
de la improvisación tan característica de nuestros pasados gobiernos.
Pero
hay algo que no podemos obviar para que el Frente pueda formarse. El Perú
necesita urgentemente desarrollar la Educación
Cívica de sus ciudadanos. La educación cívica está dirigida a fortalecer la
convivencia social entre las personas, ayudándoles a ser solidarios y
cooperativos con los demás. Se trata de la enseñanza de las reglas del
ordenamiento. De este modo se adquiere la capacidad de interpretar información
política o desarrollar un análisis crítico de la democracia y del papel de los
ciudadanos. Se trata de fomentar la colaboración y participación en actividades
cívicas.
La
Educación Cívica actúa a diversos niveles: Organización social (familia,
parentesco, matrimonio, agrupaciones), judicial (normas, derechos, deberes) y política
(Estado, Constitución, elecciones). Es necesaria para lograr que los ciudadanos
sean respetuosos del orden establecido y practiquen la moral y el patriotismo.
Claro está que estos principios son harto conocidos por la mayoría de la
población, pero no se practican. Es como pertenecer a una religión solo de nombre. Si los incultos
no obedecen las señales de tráfico, el resto hace lo mismo; si aquéllos botan
basura en la calle, éstos también lo hacen. La prensa, oral, escrita y
televisiva, debería liderar campañas de civismo a nivel nacional.
Mientras
la Educación de las siguientes generaciones mejore, nuestro civismo hará la
diferencia. Trabajemos y apostemos todos por el Perú. Esto no es utópico.
Ocurre en países avanzados, donde la limpieza y el respeto aparecen por
doquier. En las calles, nadie arroja basura. El tráfico es fluido y obedece las
señales de tránsito, protegiendo al peatón y al ciclista. La gente camina
segura. El transporte respeta los horarios. Los servicios funcionan con
eficacia y prontitud. Todos pagan sus impuestos. La diferencia la marca la
ciudadanía.
En
conclusión, mejorando nuestra Educación Cívica, podríamos optar por un Pacto
Ciudadano para corregir los errores del pasado reciente y evitar que nuestro
país retroceda a épocas a las que nunca debe volver. Así, llegadas las
elecciones, tendremos el gobierno que merecemos. Ojalá hayamos aprendido la
lección. Nuestra descendencia nos estará profundamente agradecida.