miércoles, 18 de mayo de 2022

EL ASUNTO DE LA SUNEDU

 

Para hablar de educación no se puede ser un “todista”. Si bien este adjetivo no se encuentra en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, aparece en textos de diferentes campos (filosofía, política, diseño…) del español americano para aplicarla a la empresa o profesional que pretende abarcar muchas áreas y no están capacitados en ninguna.

Habiendo el autor propuesto una reforma de la salud durante 17 años, el pilar fundamental de la reforma de la educación médica colisiona frontalmente con una institución llamada Sunedu, que carece de independencia pues responde al Ministerio de Educación, es decir, al Estado. La pomposamente bautizada Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria y reducida a una sigla de seis letras, fue creada en 2014 por la ley 30220, aprobada en el Congreso Humalista. La norma, presentada por unos pocos todistas, fue aprobada en una ajustada votación (56 a favor, 45 en contra y 3 abstenciones). Dicha ley tardó 2 años para ser reglamentada. La entidad mencionada fue compuesta por solo 9 integrantes, siete para el consejo directivo, uno del ministerio de Educación y otro del Concytec (Consejo Nacional de Innovación Tecnológica).

En 2013, luego de ocho años actualizando la reforma de la educación médica, la atención al status de nuestra educación universitaria no podía dejarse de lado. La historia reciente se inicia con las leyes 23733, dada por Belaúnde en 1983 y 26439, promulgada por Fujimori en 1995. La primera otorgó a las universidades autonomía académica, económica y administrativa; la segunda facilitó la inversión privada en educación. El resultado ha sido desastroso debido a la disfuncional proliferación de empresas universitarias dedicadas al lucro y a la emisión de certificados sin valor académico, todo en medio de una nebulosa de corrupción e impunidad. Hacia el 2013 habían unas 100 universidades, 60% privadas, muchas con sucursales en provincias. Era evidente que el problema de nuestra “reforma universitaria” consistía en su deficiente sistema de acreditación y la ausencia de indicadores de solvencia profesional de los egresados. Al otorgar diplomas “a nombre de la nación”, nuestros centros educativos de educación superior actuaban y aún lo hacen, como juez y parte.

En países desarrollados el entrenamiento universitario es aprobado por entes acreditadores independientes, Directorios Nacionales conformados por prestigiosos pedagogos, la mayoría con una profesión distinta a la escuela evaluada, lo que conforma la evaluación externa. Un caso en mención es el American Bar Association, entidad creada en 1878 y que ahora cuenta con 400,000 abogados diplomados. En Estados Unidos, el Directorio Nacional de Examinadores Médicos se creó en 1915 para administrar exámenes de graduación y otorgar licencia para practicar la profesión. El ente acreditador de las escuelas médicas se creó en 1943 y funciona perfectamente hasta hoy; dicho sea de paso, sus siglas son de cuatro letras, LCME, que se traduce como Licensing Council of Medical Education (Comité de Licenciatura de la Educación Médica). Las entidades acreditadores para diferentes profesiones están claramente establecidas en Europa, Norteamérica, Australia, etc. Las universidades que enseñan Derecho, Negocios, Administración, Ingeniería, todas tienen organismos de acreditación independientes, con varias décadas de servicio y recientes actualizaciones por avances tecnológicos. Los certificados otorgados mediante exigente examen constituyen documentos de excelencia profesional. En ningún caso intervienen los organismos del estado.

Volviendo a la Sunedu, el 23/01/2016 se aprueba las normas reglamentarias y para fin de año había completado nueve licenciaturas. Los siguientes tres años autorizó 19, 32 y 26 universidades, respectivamente. Durante la pandemia y hasta el 2022 licenció otros nueve centros de enseñanza superior. Un total de 143 universidades fueron evaluadas, 95 acreditadas (47 públicas y 48 privadas) y 46 no acreditadas (2 públicas y 44 privadas). Si bien no es conocida la metodología empleada por esta institución, ni la calidad de sus acreditadores, aparentes favoritismos políticos y corruptelas han devenido en la aprobación de un proyecto de ley por el actual Congreso de la República para modificar el consejo directivo de la entidad, algo que parece va a ser observado por el ideologizado ejecutivo.

Adicionalmente, es crucial remarcar la política nacional de ignorar la mencionada cultura del examen en la obtención de pre y postgrados, con la promoción de tesis de bachiller, graduación y hasta maestrías y doctorados para profesionales, lo cual es claramente aplicado en el mercado laboral. La mafia de las tesis fraudulentas, observadas desde hace décadas, ha explosionado en la actualidad con total impunidad. El colmo ha sido la reciente publicación de RENATI (Registro Nacional de Trabajos de Investigación), donde aparece una universidad privada con 84,276 tesis publicadas en 30 años, escandalosamente comparadas con las 14,461 registradas por la Universidad de San Marcos en 471 años. No es serio afirmar que la reforma universitaria peruana ha tenido éxito.

En cuanto a la educación médica, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y nuestros estudios sobre Estados Unidos, Canadá y 22 países europeos, han permitido estimar la necesidad de una escuela médica por cada dos millones de habitantes. El Perú necesitaría unas 16 facultades de medicina. A mediados de 2020 existían 46 escuelas con 52 programas de pregrado en medicina. En 2017 Sunedu elaboró una propuesta inicial de acreditación y lo consultó con universidades, asociación de facultades de medicina, ministerios de salud y de educación, la oficina sanitaria panamericana y hasta docentes y estudiantes. Desde 2005 el autor venía proponiendo abrazar los estándares empleados por el LCME, actualizados anualmente y adaptándolos a nuestra realidad. Sunedu aprobó su modelo en julio 2019 y para enero 2020 ya tenía solicitudes de 11 escuelas.

El LCME tiene 19 miembros y continúa acreditando escuelas médicas en Estados Unidos y Canadá. No alcanzo a comprender cómo los 9 miembros de Sunedu pueden evaluar 143 universidades peruanas y 52 programas de medicina. Nosotros hemos propuesto la creación de un Directorio Nacional de Acreditación de Escuelas de Medicina, absolutamente independiente de las influencias de los gremios médicos, las universidades, el estado y las tendencias políticas. Se requiere de una evaluación externa, siguiendo la experiencia de Abraham Flexner. Pero esa es otra historia. Por ahora me reafirmo en que la Sunedu no puede ni debe intentar acreditar nuestro excesivo número de escuelas médicas. Y estoy de acuerdo con que esta institución debe ser críticamente reformada.